•Te agradezco fiebre ex porcina, pues tus apariciones sepultaron el caso Suzan Boyle y las novedosas aplicaciones a la imagen de esa doña.
•Gracias a ti pasaron de noche los detalles de la boda de Salma Hayek, los menús y comportamientos frívolos de los asistentes, el precio de su vestido y otros chismes desde la fuente paparatza.
•Desnudaste el motivo mayor del futbolista mexicano: un ego descontrolado que sumado a sueldos y virtudes infladas, no significa nada frente a la porra sin la cual serían simples llaneros sin valor.
•Gracias a tu aparición abrupta, los mexicanos supimos que los gabinetes alternativos y los Mesías tropicales no sirven para fines prácticos, aunque también llegan a ser prescindibles los lideruchos partidistas que resultan muy machitos en tiempos de paz.
•Estás en mis oraciones bendito microser causante de pandemias, porque has respetado a este cuerpecito, pero también los de familiares, amigos, enemigos, y atribulados colegas de trabajo que exorcizan tu llegada con cubrebocas y sobredosis de gel desinfectante.
•Acá entre nos, pequeño y ponzoñoso amigo (dicho esto con todo respeto), celebro en secreto el triunfo claro, contundente e inobjetable que sobre la arrogancia humana te agenciaste. ¡Auch! ¡Como nos duele aceptar que nos arrodilló tu aparente insignificancia!
•Gracias, virucito, porque tu maleta venía repleta de divertidos guiones conspiracionistas, desde el que relataba tu llegada de un planeta lejano, hasta el que acusa una concertacesión de Estados y organizaciones mundiales perversas. No está por demás agradecerte que hayas refrendado la epidemia del Capulina, chistosa enfermedad que siempre ataca a los mexicanos luego de una tragedia.
•Esencial porque eres invisible para los ojos, con tu favor y travesuras nos has devuelto la “sed de besos” que como frase languidecía en los boleros y como logotipo se abarataba en los membretes ebrardianos. Ahora sabemos que picoretes y abrazos a extraños son igual de necesarios que un pulmón sano.
•Desde tu unción, toxina H1-N1, nos demuestras que podemos vivir sin ir a misa, sin ir al estadio, sin ir a los tacos de suadero y sin retornar a nuestras certezas que ahora se desmoronan como estadio dinamitado. ¿Quién se acuerda del bigotillo de Beltrones, del cinismo de los niños verdes, de los huipiles de Beatriz o la papada de Porfirio? ¿Quién quiere volver a verlos luego de superada la pandemia?
•Hermano microscópico que por ser vivo también eres hijo del Señor, te agradecemos porque de pronto todos los feos mexicanos desaparecieron y porque orillaste a que las tropelías de los narcos regresaran a la nota roja de donde nunca debieron haber salido.
•Debes saber ex puercovirus, que con tu presencia nos dimos cuenta de que el animal más peligroso no es el cerdo ni el vampiro ni el mosquito, sino la versión más desgastada del homo sapiens, el cual propaga las pandemias en el mismo tiempo récord que lo hace con rumores y chascarrillos.
•Gracias, sí, chas gracias, gracias-mil, nunca cambies, pero ya vete, no te multipliques más pues ya aprendimos la lección. No recurras a la rudeza innecesaria ni hagas que lleguemos a la fase 6. Tu no eres así, yo lo sé, bichito lindo, ¡¿áaandale, ¿siií?!
•Virus nada te debemos, virus... ¿estamos en paz?
•Gracias a ti pasaron de noche los detalles de la boda de Salma Hayek, los menús y comportamientos frívolos de los asistentes, el precio de su vestido y otros chismes desde la fuente paparatza.
•Desnudaste el motivo mayor del futbolista mexicano: un ego descontrolado que sumado a sueldos y virtudes infladas, no significa nada frente a la porra sin la cual serían simples llaneros sin valor.
•Gracias a tu aparición abrupta, los mexicanos supimos que los gabinetes alternativos y los Mesías tropicales no sirven para fines prácticos, aunque también llegan a ser prescindibles los lideruchos partidistas que resultan muy machitos en tiempos de paz.
•Estás en mis oraciones bendito microser causante de pandemias, porque has respetado a este cuerpecito, pero también los de familiares, amigos, enemigos, y atribulados colegas de trabajo que exorcizan tu llegada con cubrebocas y sobredosis de gel desinfectante.
•Acá entre nos, pequeño y ponzoñoso amigo (dicho esto con todo respeto), celebro en secreto el triunfo claro, contundente e inobjetable que sobre la arrogancia humana te agenciaste. ¡Auch! ¡Como nos duele aceptar que nos arrodilló tu aparente insignificancia!
•Gracias, virucito, porque tu maleta venía repleta de divertidos guiones conspiracionistas, desde el que relataba tu llegada de un planeta lejano, hasta el que acusa una concertacesión de Estados y organizaciones mundiales perversas. No está por demás agradecerte que hayas refrendado la epidemia del Capulina, chistosa enfermedad que siempre ataca a los mexicanos luego de una tragedia.
•Esencial porque eres invisible para los ojos, con tu favor y travesuras nos has devuelto la “sed de besos” que como frase languidecía en los boleros y como logotipo se abarataba en los membretes ebrardianos. Ahora sabemos que picoretes y abrazos a extraños son igual de necesarios que un pulmón sano.
•Desde tu unción, toxina H1-N1, nos demuestras que podemos vivir sin ir a misa, sin ir al estadio, sin ir a los tacos de suadero y sin retornar a nuestras certezas que ahora se desmoronan como estadio dinamitado. ¿Quién se acuerda del bigotillo de Beltrones, del cinismo de los niños verdes, de los huipiles de Beatriz o la papada de Porfirio? ¿Quién quiere volver a verlos luego de superada la pandemia?
•Hermano microscópico que por ser vivo también eres hijo del Señor, te agradecemos porque de pronto todos los feos mexicanos desaparecieron y porque orillaste a que las tropelías de los narcos regresaran a la nota roja de donde nunca debieron haber salido.
•Debes saber ex puercovirus, que con tu presencia nos dimos cuenta de que el animal más peligroso no es el cerdo ni el vampiro ni el mosquito, sino la versión más desgastada del homo sapiens, el cual propaga las pandemias en el mismo tiempo récord que lo hace con rumores y chascarrillos.
•Gracias, sí, chas gracias, gracias-mil, nunca cambies, pero ya vete, no te multipliques más pues ya aprendimos la lección. No recurras a la rudeza innecesaria ni hagas que lleguemos a la fase 6. Tu no eres así, yo lo sé, bichito lindo, ¡¿áaandale, ¿siií?!
•Virus nada te debemos, virus... ¿estamos en paz?
por Juan Alberto Vázquez
fuente milenio online
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